Doménikos T.

El griego de Toledo, exposición toledana celebarada en conmemoración de la muerte de El Greco, sin duda ha supuesto una de las más importantes citas culturales en lo que va de milenio debido a lo inusitado y dificultoso de reunir la mayor parte de los cuadros del pintor fuera de El Prado permitiéndose, por ello, concentrar en la distancia que va desde El Jardín Botánico al Museo de Santa Cruz una de las vivencias artísticas más fascinantes de la historia.


Suelo encontrar conflictivas las valoraciones al respecto de los artistas del pasado clásico en terminos de anticipo de la modernidad cuando algunos de ellos han planteado una individualidad o independecia tales que desafían el gusto y la tendencia general de su época. Esto revela un, permítaseme llamarlo, egocentrismo cronológico de la contemporaneidad que pareciera proponer una suerte de sentido teleológico en el arte, encontrándose en el de nuestros días la última y más compleja estación... ¿y para eso superamos la teoría de los estilos?. Así, El Greco no es tanto moderno desde una consciente voluntad precursora (¡estuvo absolutamente olvidado durante varios siglos!), sino excepcional en su genialidad. Excepcionalidad esta, ciertamente, que ofreció recursos e ideas a los que a finales del XIX, estos sí premeditadamante, alcanzaron a desmantelar la tradición artística occidental.

¿Qué hubiera ocurrido si el San Mauricio y la legión tebana, ya claramente indicador de ese personal cromatismo del antiguo pintor de iconos hubiera gustado al austero Felipe III, evitándose así que Doménikos Theotokópoulos se instalara en la periférica Toledo? Evidentemente; El Greco, no hubiera llegado a ser El Greco. Y es que el espíritu de búsqueda del pintor, alejado de los mandamientos propios de la oficialdiad clasicista radicada en la capital del Imperio con un ascético Herrera a la cabeza, se debió sin duda ver impelido por la apostólica, romana y contrarreformista Toledo, epicentro de una espiritualidad de exacerbados sentires místicos, encontrando así su sobrenatural pintura, espoleada por el culto manierista a la originalidad, todo su sentido y todo su significado en su anhelo de dar forma a ideas, conceptos y emociones espirituales, a lo etéreo y a lo inmaterial, alcanzando finalmente su infinita belleza. De ahí esa naturaleza reconocible pero irreal, desmaterializada arquitectura de colores puros y formas deshechas. Y por supuesto, erradiquemos ya la imbécil aseveración del astigmatismo, que todavía colea.

Todo esto, de alguna forma, explica la pintura de El Greco. Sin embargo, los ojos y la sensibilidad del siglo XXI son libres para encontrar en sus cuadros lo que nuestro tiempo estime, permita o sugiera. En mi caso, El Greco promueverá algunas de las emociones más puras y legítimas en toda la historia de la pintura, con el permiso de Rembrandt, Van Gogh y Rothko, atendiendo a la irreductible sinceridad estética de su obra, abarrotada de un arrojo que siempre encuentro asombroso. Cada vez que voy al Prado tengo la necesidad ineludible de parar frente a esa pieza de retablo desmembrada que es el San Sebastián, especialmente en sus piernas, moldeadas con pinceladas transparentes que nunca fueron de este mundo.

 San Sebastián. El Greco. Museo del Prado. 1610-14.

Pero el cuadro de El Greco que prefiero no está en España. Lo he visto dos veces, una en la pared neoyorkina de la que lleva colgando algún que otro siglo y el otro día en la exposición referida; es la Vista de Toledo. Al admirarlo esta vez, me he dado cuenta de que El Greco pinto a personas sobre el puente y la praderita del Tajo. También está la catedral, el Acázar, el Puente de Alcántara, falsamente emplazados en la vista de su lugar natural, como siempre se indica. Y ese cielo dramáticamente encapotado y que sirve para reivindicar al género humano.

 Vista de Toledo. El Greco. Metropolitan Museum. Nueva York. 1604-1614.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Bien elegido este cuadro último. La impresión fantasmal de la ciudad con el cielo temerario y amenazante, es tremenda. Acabo de fijarme es esas personas sobre el puente, vaya. Buena crónica sobre el arte y el tiempo, el futuro y la genialidad. Puede que lo mejor sea estar fuera del camino para llegar a alguna parte. Saludos y buen verano.

Pablo Díaz dijo...

Gracias Amparo.
Te sumo.