Mamita.

La insultante juventud de Xavier Dolan, aunque suene a tópico, recuerda al caso de aquel bisoño Welles llegando a mesa puesta a la RKO de principios de los 40. El realizador canadiense (¡de 25 años!) cuenta ya con un pequeño grupo de títulos empapados de genuina personalidad, esa inasible característica que tan gratuitamente se aplica a veces a lo que simplemente es presuntuoso. En ellos Dolan dirige, escribe, monta, actúa, produce...ya digo, a lo Orson.

En Mommy, una historia puntiaguda y doliente de conflictiva (en toda la amplitud del término) relación entre madre e hijo es narrada por Dolan con un ritmo sincopado absorbente y demoledor. En ocasiones, la ternura más desarmante se solapará con estallidos de seca violencia modulados magistralmente por unos actores en estado de gracia que obrarán el milagro de que empaticemos con unos persunajes límite. Mommy, en definitiva, es una película bellísima que logra eso tan difícil de que la forma y el fondo, dimensiones ambas a años luz aquí de lo complaciente, lo trillado y lo fácil, encajen orgánica y necesariamente en un filme del todo fascinante. El descarado atrevimiento del jovezno director le lleva a experimentar con un formato en el encuadre de 1:1 que, si bien chirría a nuestros apaisados hábitos visuales en un primer momento, terminará por otorgar a la obra una dimensión expresiva de enorme hondura y hechizantes efectos dramáticos. La magistral fotografía y el uso de una tan ecléctica como ajustada música completan el fabuloso efecto plástico final.

Mommy, pues, se conforma como la última de esas gozosas experiencias cinematográficas que, de cuando en cuando, llegan del lejano Canadá (persemos en Leoló o en C.R.A.Z.Y.) país con una fértil producción fílmica desprejuiciada y muy particular, mezcla de lo mejor de la tradición europea y norteamericana.



CIne y música III.



St. Vincent. 2014. Theodor Melphi.

¿Y la película?... bien, gracias.