De este modo, el tejano construye con su acostumbrada estilización visual y sofisticado artificio de estudiadas composiciones cerradas y travellings laterales un país alpino imaginario en tonos pastel, donde el secesionismo vienés, el diseño racionalista soviético, las maquetas de funiculares y trenes y las sombras chinescas conviven armosiosamente gracias a un sublime trabajo de diseño de producción y fotografía que consiguen colmar de gracia cada fotograma. Y si arrebatadoras son todas las opciones plásticas de la película, irresistibles se conformarán sus vertiginosos diálogos, delirantes y francamente graciosos, recitados en todos los tipos posibles de inflexiones del inglés y con la cadencia de la gran y altísima comedia, por un colosal grupo de actores sobre los que destaca un estratosférico Fiennes. Por último, el endiablado ritmo que Anderson impone a este Gran Hotel Budapest suguiendo la pauta del slapstick y el dibujo animado, termina por convertir la narración en una montaña rusa en donde todo encaja y todo funciona. En donde todo encanta.
El mimo con el que se ha horneado esta dulcísima filigrana de repostería cinematográfica lleva a que disfrutemos saboreándola como si se tratara de una deliciosa tarta sacher, devolviendo al espectador adulto el gozo primario de aquéllas comedias descubiertas en las tardes dominicales de la infancia y venían a alegrar la vida. Una película que, conforme finaliza, se está ya deseando volver a ver.
1 comentario:
Ganas de verla, después de tu entusiasmo,
Saludos
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