Paterson en Paterson.

Jim Jarmusch siempre fue el más clásico entre los modernos. Y el proceso de depuración que con el paso del tiempo ha ido imprimiendo a su cine a la búsqueda de una impecable narrativa intimista, de cámara en constante y fordiano ajuste a los ojos de los personajes no hace sino confirmarlo. Paterson cuenta la historia de un conductor de autobuses y poeta que sabe extraer la inopinada lírica que le ofrecerá un día a dia caracterizado por una aceptada y apacible rutina animada por una pareja dulcísima y un perro inolvidable. Igualmente, el filme adquiere la estructura de un poema dividido en estrofas (los días de la semana) con rimas dentro de ellas (los gemelos, William Carlos Williams, Paterson ciudad y Paterson apellido, el cuaderno y el pastel secretos).


A Jarmusch le pasa lo que a Jean Renoir, que adora a la gente. Por ello sus películas, como las del hijo de Pierre-Auguste, son más que humanas, humanísticas, dando siempre ambos con las razones que todos tenemos para ser como somos y hacer las cosas que hacemos, conformando su filmografía una lección de conocimiento profundo sobre el prójimo y en qué consiste eso de vivir. Siguiendo a este Paterson en Paterson Jarmusch, sin la menor estridencia y dueño de una apabullante madurez expresiva vuelve a levantar acta de lo que de maravilloso tiene la existencia con una obra exquisita y magistral que contribuye a hacer del mundo un lugar mejor.

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