El club infame.

Pocas películas recientes tan incómodas, sombrías y brutales como la chilena El club de Pablo Larraín. En ella, un depuradísimo y sutil trabajo de puesta en escena parece empeñarse en aniquilar toda huella de luz y posible belleza comenzando por una fotografía ominosa y vahída que no es sino metáfora del irrespirable ambiente moral que empapa el filme.

El arranque, de una inteligencia argumental enorme, nos enfrenta a una extraña situación que, poco a poco, va adquiriendo un sentido atroz y en la que un grupo de verdugos tendrá que rendir cuentas de un pasado terrible. El tratamiento de la malsana psicología de los personajes, inmisericorde en su despojamiento distanciado, se complace en el turbador contraste entre la gelidez de los comportamientos y la explicitud impactante de unos diálogos que, en muchas ocasiones, revelan mucho menos que lo que ocultan. En este aspecto, el trabajo actoral es admirable, fundamentado en una medida de los matices y unas cadencias absolutamente prodigiosas.

Más allá de articular una indagación periodística y coyuntural sobre candente y polémico asunto que vertebra la intriga, El club se sirve de aquél para lanzarnos a la cara un despiadado estudio sobre la condición humana con una fuerza, contundencia y un dominio de los recursos cinematográficos que sitúa definitivamente a Larraín en la nómina de nuevos talentos a no perder de vista.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, pero a qué precio!

Amparo dijo...

Felices días y próspero año, otro más. Venga, que hay que hablar mas de cine. Un abrazo